viernes, 15 de abril de 2011

Memorias del día y la noche.

Las mañanas eran eternas... lo eran. Cuando él me balanceaba en sus brazos y me susurraba que me quería. Pero esa era la excusa de ambos. Él decía que lo hacía porque me quería. Yo pensaba que tenía razón, lo pensaba incluso sabiendo que ahora la noche era eterna y que él único ápice de luz mañanera eran las pocas estrellas que parpadeaban en la oscuridad. Me imaginaba que esas estrellas sustentaban la negrura, y cada una de ellas era como había dicho antes, una excusa. Porque me quiere, porque me protege, porque se preocupa... y así cada una de ellas. Pero aquello me desgarraba el alma y finalmente, me destruyó el corazón. Ya no quedaban estrellas.