Como muchos otros días, sombra se dirigió al bosque. Los árboles se habían desnudado en sus copas, quedando abrigados con una fina falda de niebla translúcida y un mar de hojas sueltas. Sombra cruzó la pasarela y las hojas violaron su silencio, crispándose a su paso con millares de protestas y lamentos, pero sombra no era permisiva, ni piadosa, ni deferente. Sólo extraña.
Sombra no quería estar al lado de nadie. Sombra quería ser alguien, y cuando se preguntaba quién, el viento respondía: hacía mover el polvo y sombra tenía que bajar la mirada, en ese momento la penumbra de las ramas formaba un extraño nudo de corbata y el alma medrosa de sombra se estremecía y encogía.
Como muchos otros días, sombra salió del bosque.